Por Agustina Maddio
Hay algo en Raffaella que lleva a la infancia, no entendida como momento idealizado y suspendido en el pasado, sino como lo que permanece y permite que el juego sea posible. “Ah ah ah ah en el amor todo es empezar”, revolear el pelo en forma de látigo, imaginarte que tenés un mono de lycra roja y que bailás en compañía de bailarines hermosos, una coreografía lo suficientemente ridícula como para ser perfecta.
“A far l'amore comincia tu”, en esta fantasía lúdica también cantás en italiano, tenés el pelo platinado, un flequillo enorme y Lucas, el chico de cabellos de oro, te dejó y se fue con un desconocido, ¿o tal vez era un viejo amigo? No importa, si te dejan, te buscás uno más bueno y si no, marcás 5353456 hasta que el dedo quede enrojecido, también podés probar con 0303456, ¡qué sé yo!, en la diversidad se encuentra el placer.
Hay algo en Raffaella que lleva a lo popular, no entendido como movimiento idealizado, sino como lo que permanece y permite que el juego de latigar con el pelo, vestides con lycra y lentejuelas, al ritmo de una canción pegadiza y bailando una coreografía lo suficientemente ridícula como para ser perfecta, sea posible en libertad, que, como decía Raffaella, es la clave para vivir.
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