Si bien esta película, como todas las demás, está basada en el libro de H.G. Wells tiene una vuelta que la hace merecedora de estar en este espacio. La visión de Leigh Whannel excede la historia del científico loco y se desarrolla desde el punto de vista de la pareja del científico loco, Cecilia Kass. La película nos da el contexto en la primera escena, cuando vemos a Cecilia escapándose sigilosamente en medio de la noche de la cama y la casa de su pareja y abusador, Adrian Griffin, un exitoso empresario e ingeniero óptico. Pasa un tiempo escondida en la casa de un amigo, con miedo de salir a la calle, hasta que recibe la noticia de que su ex pareja murió. A partir de ese momento, Cecilia va a comenzar a intentar rehacer su vida, pero siempre con la sensación de que está siendo observada y la sospecha de que Adrian en realidad no murió.

La película maneja el suspenso con el miedo de Cecilia, apuntando la cámara a rincones vacíos donde ella mira fijamente porque cree sentir la presencia de Adrian observándola. Los planos largos de esos puntos fijos nos empiezan a poner nervioses a les espectadores también, a pesar de que no veamos nada. Cecilia vive aterrorizada por su experiencia de violencia aún después de la muerte de su abusador y, tal y como cuando estaba vivo, Adrian la va aislando de sus amigues y familiares. Cecilia se encuentra sola otra vez, sin nadie que le crea lo que está experimentando. La tratan de loca, la infantilizan y minimizan sus preocupaciones.

El hombre invisible es la historia de un abuso, cuyos efectos y consecuencias se prolongan en el tiempo. El abusador de Cecilia sigue estando en todos esos rincones vacíos que ella no consigue llenar, como una presencia invisible que la sigue controlando y atormentando.

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